Acabo de darme cuenta de que llevo casi cinco meses enviando estas cartas y todavía no he hablado del balcón. Ni de donde salió esta idea. Rebuscando entre mis carpetas, encontré un archivo en el que había estado escribiendo el día que decidí empezar esta correspondencia. Estaba sentada en el sofá de casa de mis padres, mirando hacia la ventana y como no sabía sobre qué escribir, escribí sobre los balcones de mi vida. Los de las casas que he habitado o visitado. Y cuando, horas más tarde, decidí crear este rinconcito, no se me podía ocurrir un nombre mejor.
Los balcones son unos de mis sitios favoritos de la de la casa, ese sitio que busco al entrar en un nuevo espacio. Ese lugar en el que te puedes sentir libre y en casa al mismo tiempo, donde salir a respirar, observar el mundo y creerte que eres más rica de lo que eres. No hay mejor desayuno que el que disfrutas sentada en el balcón con un libro. A veces es un poco forzado, otro día hablaré de nuestro balcón de pandemia, pero tiene una atracción que es irresistible. Jamás podría dejar pasar un balcón.
Los iré compartiendo poco a poco, pero aquí os presento lo que escribí sobre el primer balcón de todos, un balcón estrecho y lleno de plantas por el que no he corrido ni saltado, pero que siempre ha sido un faro.
El balcón de mi madre siempre me ha atrapado. Y aunque la propiedad del balcón sea tanto de mi padre como de mi madre, digo que es de mi madre porque es su pequeño territorio. A veces la busco por toda la casa dando gritos y la acabo viendo ahí a través de la cortina. Es pequeño, pero siempre ha parecido enorme porque está lleno de flores y plantas, es increíble que todas puedan caber ahí. Aspiro constantemente a construir un balcón igual de bonito allá donde viva, que se vea desde cualquier punto de la calle y llame la atención. De niña, una vez dije en el colegio que teníamos un jardín refiriéndome al balcón y la gente se pensó que mis padres se habían comprado una casa. Pero si un jardín era un trozo de naturaleza en una casa, para mí nuestro balcón era un jardín. Me siento a observarlo desde el sofá, veo las flores de la buganvilla mecerse y me asombro por lo vivas que se mantienen a pesar de estar todo el día recibiendo sol. Detrás de las flores están el cielo y las montañas, es como observar un cuadro vivo que no aburre nunca. Podría y puedo pasarme horas mirándolo. Me hace olvidarme de la adicción a las redes sociales y aparcar el móvil. Ojalá poder llevarme siempre este balcón en el bolsillo para los momentos de apuro. Por mucho que he intentado fotografiarlo o grabarlo nunca es igual que en la vida real. Es como intentar fotografiar la luna o el sol. Hay cosas que todavía se resisten a nuestra obsesión por poseerlas e “inmortalizarlas”. Me encanta la fotografía, pero soy consciente que no hay mejor cámara que nuestra mirada, que matamos un poquito el lugar cuando lo capturamos. El balcón es alargado, no debe medir más de dos metros y tiene una sillita donde mi madre se sienta a veces a fumar y a pensar, o a poner la mente en blanco. Tiene plantas con flores colgadas por una pared y otras colocadas a lo largo. Hay geranios, aloe vera y muchas plantas que no sé nombrar. A veces me da la sensación de que hay cosas básicas que nunca me molesté en aprender y que ya nunca lo haré, como por ejemplo los nombres de las plantas. Hubo una época en la que un pájaro venía siempre a saludarnos al balcón, hasta que un día vino a despedirse y no volvió más. ¿A dónde habrá ido? ¿Qué pensarán los pájaros de los balcones? ¿Se comunicarán entre ellos dónde están los mejores balcones?
¡Hasta el domingo que viene!
Tu amiga,
Cristina
📪
tus balcones son mi jardín de epicuro 🤍