Creo que nunca nadie dejó de sentir tristeza después de esa frase. Frustración, quizás.
No pasa nada, responde ella, sonriendo sin volverse. No sé, la vida es triste a veces. No es bueno fingir que eres siempre feliz.
Leí esta frase en Intermezzo y se me quedó clavada. La dice un personaje después de que otro pida perdón por estar hablando de un tema triste. Parece algo tan obvio, pero que a la vez necesitamos recordarnos —y que nos recuerden— constantemente. La tristeza, como nos ha enseñado la película Inside Out, es un sentimiento igual de importante y necesario como los demás.
Las cosas tristes pasan, eso es así, y la gente optimista también tiene derecho a sentirse triste. Para mí los momentos tristes son también momentos de revisión, de oportunidades, de obligarte a analizarte y ver qué puedes cambiar. U observar cómo te está haciendo sentir un cambio obligado, que llega por algo externo a ti, que no puedes controlar.
Mostrar vulnerabilidad nos ayuda a conectar con los demás. Si finges ser siempre feliz, es más difícil comprender qué te mueve, qué te preocupa, qué te afecta, qué te incomoda. Y si nos falta esa información, yo creo que es más complicado sentirte en sintonía con las personas, hay una barrera que no te deja llegar al fondo. No me apetecerá comentar contigo mis dramas si siento que no lo vas a entender, porque tú siempre estás bien.
Supongo que el personaje pide perdón por hablar de un tema triste porque es algo que en general nos incomoda, si hablas de algo triste sientes que le estás fastidiando la tarde a tu interlocutor, que a nadie le apetece oír lamentos. No sabemos reaccionar, solo queremos lograr que la otra persona se anime. Yo soy la primera que comete este error constantemente y me estoy esforzando por aprender, escuchando a gente que me puede enseñar. Lo que más claro tengo y que intento poner siempre en práctica es eso: escuchar. A veces solo con eso ya basta. Quizás la persona triste solo tenía que desahogarse. Y si necesita algo más, podrá decírtelo si la escuchas. La felicidad es estupenda, pero que no nos incomode la tristeza. Compartir con otros momentos de tristeza también puede unir, enseñar, calmar…
Abrazar a una amiga que se derrumba, invitar a un vermut a la que necesita hablar, darle espacio, pero mostrar presencia a la que necesita soledad. A través de la conversación podemos saber qué necesita el otro, si no nos expresamos, tanto quien necesita ayuda como el que busca darla van a trompicones sin saber qué hacer. Si no expresas lo que necesitas, quizás te sientas sola porque nadie te da lo que quieres. Si no preguntas o no escuchas, quizás estés dando una ayuda que ni se ha pedido, ni se necesita y, en muchos casos, pasa desapercibida generando frustración y una pérdida de tiempo.
Otra cosa que aprendí en los últimos años y que ha sido realmente liberador: tú no puedes solucionarle los problemas a la gente. Puedes escuchar y apoyar, pero difícilmente serás tú la solución al problema, quítate esa carga de encima, enfoca la ayuda desde otro lado, protégete tú para poder proteger al resto. Es de primero de seguridad en los aviones: primero te pones tú la mascarilla y luego a tu bebé, si tú te ahogas difícilmente podrás salvar a nadie.
Me encanta esa manía humana de escuchar música alegre cuando estamos contentas y música triste cuando queremos hundirnos un poquito más. En mi lista de favoritas de la adolescencia estaban Iván Ferreiro cantando Tengo mi tristeza siempre ahí / Escondida poniéndose guapa / Y cuento con ella /Para que me sepa guiar más allá de ti / Más allá de mí y Pereza me decía De nuevo esa tristeza que rompe en mi cabeza. Ambas tituladas «Tristeza» —un título muy rebuscado, sí—. Es una emoción que existe, que todos sabemos que está ahí agazapada y sale, a veces se la espera y otras no. Pero necesitamos escribir sobre ella, cantar sobre ella, abrazarla, aunque no siempre podamos entenderla. Todos sentimos tristeza, a mayor o menor nivel y no hay que menospreciarla ni callarla.
Pero no nos recreemos, aprovechemos los momentos de tristeza para conocernos mejor y encontrar esas cositas que nos dan felicidad y valorarlas, buscarlas, disfrutarlas. Esos días en los que lo ves todo gris y ver la cara de esa amiga te hace ver un poco la luz. Esos momentos inmediatos de felicidad que le dan sentido a todo, que nos ayudan a seguir construyendo día a día nuestro camino. Si tenemos eso, da igual lo que pase, siempre encontraremos un refugio.
Siempre pongo el mismo ejemplo, pero es así de sencillo: mi momento de felicidad instantánea es ese desayuno en el balcón con el sol de invierno, un café, un croissant con jamón y queso, un libro y la ausencia de prisa. Sobre todo, la ausencia de prisa. No sentir que tengo que llegar corriendo a ningún sitio o que debería estar haciendo otra cosa. ¿Cuál es el tuyo?
¡Hasta el domingo que viene!
Tu amiga,
Cristina
📪